Estación Terminus: Ocurrió mañana

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«Nada tienes que temer,
al mal tiempo buena cara,
la Constitución te ampara,
la justicia te defiende,
la policía te guarda,
el sindicato te apoya,
el sistema te respalda
y los pajaritos cantan
y las nubes se levantan.»
Joan Manuel Serrat


Les dieron de hostias.

Hasta hartarse.

A él y a su hermana.

—¿Eres republicano? —preguntó el uniformado, acercando mucho su nariz.

—Sí.

—Pues agárramela con la mano.

El alarde de ingenio es literal, lo juro. Hizo sonreír al portador de la bandera tricolor.

La primera bofetada del poeta le hizo caer al suelo y perder las gafas y la bandera.

No hubo resistencia. No podía haberla.

Palpaba la calle, recibiendo patadas, cuando descubrió a su hermana a unos metros. Se cubría con los brazos, hecha un ovillo, mientras la daban la del pulpo.

Entonces sí quiso revolverse, pero ya era tarde. Les colocaron las esposas y les metieron en un coche a empujones.

La gente abrió paso a las fuerzas del orden. Nadie vio nada. Estaban pendientes del Heredero, que saludaba en la distancia.

En los calabozos, el segundo acto.

—¡Rojos de mierda! —Y, pim pam pum, mil hostias más.

—¡Zorra! ¡Ríete ahora!

Cuatro paredes mugrientas, un catre, una manta acartonada e infecta, y unas botas de punta metálica repartiendo sin descanso.

—¡Dejadla en paz! ¡No hemos hecho nada malo!

Un golpe en la cabeza.

—¡Deja de chillar, maricón! Cada vez que abras la boca le daremos una patada más a la puta de tu hermana.

Ella gritando, recibiendo por todos los lados, acurrucada en el suelo. Él, llorando por los dos.

Algunas de las botas negras que impactaban en las costillas, en el estómago, en la cabeza de ella, tenían en su interior pies femeninos. Que no se diga que no fue una paliza paritaria.

En un gesto desesperado, ella mordió un pie de cuero y acero, con tanta fuerza que rasgó la piel.

—¡Suelta! ¡Suelta, hija de puta!

Y la lluvia de golpes arreció. Pim pam pum. De todos los colores.

Cuando los dueños de los uniformes, casi sin aliento, hicieron una pausa, las cabezas de ellos dos quedaron muy cerca, apenas a unos centímetros.

—Me he meado encima —le confesó ella en un susurro avergonzado.

Se oyeron muchas risas.

—Mira, ahora puedes mearle tú también, que no se va a notar —le sugirió un uniforme a otro. Y las risas se convirtieron en resonantes carcajadas.

Él sintió como algo le subía desde el estómago hasta la garganta, tensándole todos los magullados músculos de su cuerpo.

Era rabia.

—¡Cabrones! ¡Sois todos unos hijos de...!

Pero no pudo terminar. Le aplacaron el ímpetu a puñetazos.

Otra tanda.

Pim pam pum.

Les dejaron en el suelo cuando se aburrieron del ejercicio. Es de suponer que con la satisfacción del deber cumplido. «La salvaguarda de la seguridad ciudadana está en buenas manos», pensarían, antes de irse a su casa a ver un partido de fútbol.

A él le mandaron al hospital cuando llegó el cambio de turno. «Ella irá en seguida», le dijeron.

Pero no. Tuvo que volver a buscarla después de muchas horas. La encontró encogida sobre un charco de orines y vómitos, temblando.

Por fin, con ella colgada de su brazo, se acercó a la salida, y miró las
caras de los que dejaba atrás.

—Todo sigue igual. Sólo cambian los uniformes...

Se rieron mucho de su ocurrencia, y esas risas le dolieron más que los golpes. Le daban miedo.

Quizás sucedió en otros tiempos, en otros lugares, lejanos y casi olvidados...

No.

Ocurrió en Madrid.

Siglo XXI.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Y pensar que no es ninguna ficción lo que cuentas, a veces da verdadero horror ser parte de este sistema.

Saludos, Terminus.



Terminus dijo...

Normalmente sólo nos fijamos en la superficie. Si pudiéramos ver el funcionamiento de las tuberías de este mundo nuestro nos quedaríamos horrorizados. Cuanto más se conoce, menos se entiende...
La historia no pasa, probablemente, de ser una anécdota (excepto para los protagonistas, claro) pero es absolutamente real (incluso los detalles); no inventé nada.
No hace mucho hubo otra detención "ilegal", pero en esa ocasión, las "víctimas" vivían en una urbanización de lujo y estaban protegidos (están) por el partido político en el que militan, y dos policias han sido condenados a varios años de prisión, nada menos. El doble rasero de eso que llamamos justicia.
No pretendía hacer un relato-protesta (definitivamente, prefiero la ficción),
pero hay cosas difíciles de pasar por alto. Cuando escuché al protagonista de la historia contarla no tuve más remedio que ponerla por escrito.
Un abrazo, Inma



JUAN PAN GARCÍA dijo...

Creí que hablabas de los años sesenta, incluso de los ochenta; pero el saber que esto sucede ahora me horroriza.
Has hecho bien en publicarlo, y si hay pruebas debería de salir en los medios; no faltaría algún periodista que se hiciera eco de la denuncia. Te felicito, Terminus. Un abrazo



Terminus dijo...

Hola, Juan:
Me alegro de verte por aquí. Últimamente no paso mucho tiempo ante el ordenador y tengo esto un poco abandonado, pero, de vez en cuando, sigo disfrutando leyendo algo tuyo o de algún otro compañero de los foros.
Respecto a la denuncia, creo que ya está en curso, aunque no sé si prosperará. Los policias aseguran que los dos chavales intentaron agredirles cuando los detuvieron y ya sabes como funcionan estas cosas... A nadie le interesa que este tema tengo demasiada publicidad, ni a la izquierda ni a la derecha, así que lo más probable es que pase sin pena ni gloria, como tantos otros.
Nos leemos, Juan.
Otro abrazo para tí.



Anónimo dijo...

Hola Terminus, después de un tiempo doy una vuelta por aquí y veo este relato. Me llamó la atención el título, que es el más apropiado. pensé al principio que era un cuento, veo que para desgracia, me equivoqué. Escribes muy bien, te felicito,
Blanca Miosi



Terminus dijo...

Ey, hola Blanca.

Este verano me tiene perdido... no he leído el comentario hasta hoy (en fin, sé que no tengo perdón... pero te lo pido).

Lo cierto es que el hecho pasó, sin pena ni gloria, pero pasó. Y pasará un millón de veces más, así, a hurtadillas mientras todos miramos hacia otro lado. Cada día estoy más convencido de que no tenemos arreglo.

Gracias, Blanca.



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