Estación Terminus: Pongamos que hablo de ella

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No lograrás perdonarte jamás, y ni siquiera te dejan morir. No supiste evitar que terminara como terminó. Debiste reaccionar antes de que todo saltara hecho añicos, antes de aquella última noche; pero reventó, tu mundo y nunca podrás juntar los pedazos. Estas paredes que ahora te encierran no sirven para hacerte olvidar. Te ves a ti misma en el mismo escenario, repitiendo ese acto final idéntico una y otra vez, sin poder variar una frase de la tragedia que alguien escribió para ti. Y tú no entiendes nada.

Cuando se abre el telón estás acostada en el sofá, con la tele encendida y muda para no despertar a los niños. Mañana hay colegio y tienen que madrugar. Piensas que es ya muy tarde, casi las dos, y que habrá problemas. También hoy. Como ayer y anteayer. Como pasado mañana. No puedes pensar en otra cosa. Hoy has mentido de nuevo y te has sentido miserable, culpable, al hacerlo. Tu madre vino esta tarde para ver a los niños. Traía bolsas de comida y juegos de sábanas, «no hacía falta, mamá, estamos bien», y no pudiste ocultar tu ojo violeta, hinchado; casi no podías verla si se ponía de ese lado. Sabes fingir una sonrisa en momentos así, lo haces cuando hablas con el médico, con la profesora de los niños, con la cajera del supermercado... «El armario, mamá, entré a oscuras en la cocina, mamá, qué tonta, fíjate.» «Si tienes problemas... hija, yo...» «¡Vamos mamá, por favor! Ya te he dicho que estamos bien...» Te fuiste al servicio porque las lágrimas estaban a punto de echarte a perder la actuación. Estás segura de que ella no se creyó al personaje, pero calló, por no herirte.

Escuchas unas llaves en la escalera. Pasos. Una tos que conoces bien. La llave tarda demasiado en abrir la cerradura, mala señal, y tú no sabes qué hacer. Siempre sientes esa misma inquietud, esa angustia, cuando oyes el tintineo metálico. Cada noche. ¿Cómo has llegado a esto? ¿Por qué? No sirve de nada acostarse en la cama ni fingirse dormida, tampoco salir a recibirle. Hablar, callar, llorar... en realidad da lo mismo. Esperas que los niños no se despierten. Que no oigan, que no sepan. Intentas rezar, y no sabes a qué dios dirigirte.

La puerta se abre y tu pulso se acelera. No te mueves, no parpadeas. Tropieza con una silla. Blasfema. Quiere darte un beso y te dejas hacer en silencio. Apesta. Te das cuenta de que estás temblando y haces lo posible por disimular. «¿Qué coño te pasa?» Su voz es una bayeta sucia. «Nada, estoy cansada...» «¿Cansada? ¡Cansada de qué!» Puede bastar para encender la mecha, pero se calma. En realidad no quiere sexo, no podría, hace meses que no es capaz, al menos contigo. Tiene hambre. Te levantas y vas a la cocina. No le gusta la comida fría.

Una vez fuiste joven, parece mentira. Bella, alegre. Solías reír a menudo entonces, a la gente le encantaba tu risa. Hace tan sólo unos pocos años. Hace una eternidad. Y también él era así. ¿Recuerdas aquel viaje que hicisteis? Era la primera vez que viajabais juntos y os pasasteis todo el tiempo riendo y haciendo el amor. Una noche estuvisteis haciéndolo en la playa toda la noche; os quedasteis dormidos, abrazados, uno encima del otro, y despertasteis así, completamente desnudos, qué vergüenza, rodeados de bañistas y sombrillas. ¿Qué fue lo que pasó después? ¿En qué momento dejaron de encajar las piezas?

Sacas un filete de la nevera. Hace mucho tiempo que no hay filetes como ese en vuestra mesa. Tu madre los ha traído para ti y para los niños, pero le preparas uno a él, con patatas fritas, en su punto, como a él le gusta. «¿Qué es esto? Toda esta comida...» Ya lo esperabas. «Bueno, yo... ya le dije que no hacía falta, que estábamos bien...» «¡Te he dicho que no quiero limosnas de nadie! ¡Y menos de ella! ¡No somos mendigos! ¿Me oyes? ¡No somos unos putos pedigüeños!» «Chisss, los niños están durmiendo... Cálmate, por favor, come un poco, son tiernos, de ternera...» Te lo arroja a la cara, con furia, el plato, y tú ni siquiera te das cuenta de que estás llorando. Abre el frigorífico. «¡No necesitamos caridad! ¿Me oyes? ¡Comeremos piedras antes de aceptar limosnas!» Tira al suelo los huevos, los filetes, los yogures... Está rompiendo los cartones de leche e intentas detenerle: «No lo tires, nos hace falta... nos hace falta... los niños... Sólo hasta que encuentres otro trabajo, después se lo devolveremos...» Te golpea. Fuerte. Está furioso. Te ha dado en el ojo herido. Duele. «Por favor... no me hagas daño... Por favor...» Jamás te hubieras imaginado diciendo estas palabras, suplicando. Y él sigue gritando y te pega una y otra vez. No escucha nada, no te oye. Tiene el puño cerrado. Crees que te ha roto una costilla. Te haces un nudo y sollozas: «Los niños... los niños...» No va a terminar nunca... Sus insultos, «zorra, zorra, zorra...», como una cantinela al ritmo de los golpes. Patadas. Sientes algo correr por tu cara, que te llega a los labios y sabe dulzón, caliente, repugnante. Estás a punto de perder el conocimiento, de evaporarte, de no sentir nada.


Y entonces la oyes, su voz infantil, rota, y le ves entre sombras, casi parece un sueño, con su pijama azul celeste y sus pies descalzos sobre los azulejos. «¡Déjala! ¡Déjala!» ¿Qué lleva en la mano? Es un juguete, un pequeño bate de plástico hueco, y golpea la espalda de tu agresor con toda la fuerza de sus recientes nueve años. Sucedió tan rápido... sólo un relampagueo, un despertar violento, eso fue todo. Y no lo empuja con mucha fuerza, sólo se lo quita de encima, pero ves como su cabeza golpea en el suelo, y como se queda allí tendido con aquellos gigantes ojos atónitos, qué pálido, su boca abierta. ¡Y no se mueve! ¡No se mueve!

Y él sigue de pie, aturdido, y también lo mira. Mira el charquito escarlata que se está formando bajo el pelo rubio. Y el cuchillo está ahí, sobre la mesa, y lo has cogido. Estás chillando y lo estás clavando en su espalda. Y lo haces una y otra vez, hasta quedarte sin aliento, pero el pequeño no se despierta. Hundes el filo en la carne cien, mil, un millón de veces, hasta que ésta no es más que un agujero viscoso... y no se mueve, no se mueve, no se mueve...

A ella la descubres ahora. Está en el pasillo, con una muñeca en el brazo, y tiembla. Intentas acercarte, quieres abrazarla, y retrocede con sus pequeños ojos llenos de espanto. No sabes cuánto tiempo lleva ahí. No puedes dejar de llorar, no crees que sea real, no puedes creerlo, pero la puerta te contradice, se abre, y la niña se abraza a uno de los policías. «Suelte el cuchillo, señora, por favor...» Ves como se la llevan. Ella te mira desde la puerta mientras se aleja por última vez. «¡Suelte el cuchillo!»

Y cae el telón.

14 comentarios:

JUAN PAN GARCÍA dijo...

¡Tremendo! ¡Impresionante!
David: cada vez te admiro más, cada relato que escribes me confirma lo que te dije un día ya lejano: "Tienes madera de escritor."
Un abrazo.



Terminus dijo...

Muchas gracias, Juan.
Te puedo asegurar que yo cada día que pasa tengo más dudas sobre eso, aunque, eso sí, soy terco como el que más, así que ahí sigo, intentando aprender cada día algo nuevo.
Me alegra mucho verte por aquí y espero que todo te vaya bien, un poco mejor, al menos.

Un abrazo.



Anónimo dijo...

Me gustaría decirte cuánto me ha gustado, pero me he quedado sin palabras.
Lo único que no me ha gustado es que, por desgracia, no se trata de un relato de ciencia ficción.
Suel



Anónimo dijo...

En un momento de nada se desencadena la tragedia que cambiará todo, en un momento en el que ella debería haber tragado bilis para desaparecer cuanto antes de ese escenario.

Un relato increíblemente actual, ahora y antes. Una forma de narrar espléndida Terminus. Un saludo, un abrazo y otro aplauso.



Terminus dijo...

Hola, Suel (disculpa el retraso), y gracias por dejar tu opinión.
En realidad no es ciencia, pero sí ficción, el relato; aunque, desgraciadamente, demasiado parecida a la realidad. Creo que últimamente sufro un empacho de realidad, espero curarme pronto.

Saludos.

(Buen blog el vuestro, Suel, seguid con ello)



Terminus dijo...

Hola, Inma, hago extensivas las disculpas (tú ya sabes cuánto corre mi reloj...)

Tienes razón, todo se desencadena en un momento, y releyendo el texto, no puedo evitar preguntarme si no es demasiado precipitado. Claro que rara vez estoy satisfecho con un texto a las dos semanas de haberlo escrito, prefiero no darlo más vueltas.

Si bien, la conclusión (rechazo las moralinas) es la misma, como bien dices: debió desaparecer antes. Y sin embargo, todos sabemos que no es fácil. No lo era hace unos años y sigue sin serlo ahora, aunque la situación (me refiero a la de las mujeres en general, y a la de las que sufren maltratos en particular), va mejorando lentamente.

En fin, es un tema que daría para mucho.

Te agradezco mucho el aplauso, y todo lo demás...

Un abrazo, Inma.



La Hija de Zeus dijo...

Lamentablemente es una obra que se presenta con demasiada frecuencia.

Un abrazote



JUAN PAN GARCÍA dijo...

David, he vuelto para leer algo nuevo, pero releo con placer este,¡es tremendo! ¡Y qué bien narrado! ¿Cómo haces para avanzar tanto en el arte de escribir? Me gustaría que me aconsejaras qué libros debo comprar, ahora que ses tiempo de regalos.
Aprovecho para decirte que por causas ajenas a mi voluntad, la entrevista se ha aplazado al 24 de enero. espero que sea la última vez que me lo cambian, la próxima les diré adiós.
Bueno, te deseo ¡Felices Fiestas!
Un abrazo.



Dani González dijo...

encontré tu blog como casi siempre nos encontramos, de uno a otro navegando...
lo que pasó fue que al leer tu post, me gustó mucho, está muy bien narrado.
Con tu permiso echaré un vistazo con un poco más de tiempo a tu blog.

Saludos



Terminus dijo...

pues sí, Zeucita, desgraciadamente, es demasiado habitual.
Paso por tu blog.
Un saludo.



Terminus dijo...

Hola, Juan. Gracias por tu tiempo y por tus palabras. Lamento descuidar el blog, pero, tú sabes, últimamente apenas escribo nada y no me queda mucho tiempo libre.
Sobre libros que comprar, no puedo ayudarte mucho; hace bastante tiempo que no compro nada nuevo. Suelo leer clásicos contemporáneos que tengo en casa, y sin hacer ascos a casi nada: Miller, Céline, Capote, Borges, Cortázar, Camus, Sartre, Lorca, Nabokov o Bukowski... En fin, nada fuera de lo normal. Si tengo que recomendar a un autor quizás nombraría a Eloy Tizón, por sus relatos y su forma tan especial de manejar el lenguaje; y, sin duda, a Montero Glez, cuya prosa me parece apabullante, de un estilo fuera de lo normal; claro que sólo es una opinión personal, y ya te digo que no leo casi nada de lo que se publica en la actualidad.

Estaré atento el 24 a la entrevista. Suerte.

Saludos.



Terminus dijo...

Pues seas bienvenido, Dani (aunque con retraso).
Me alegra que te guste lo que ves, y, desde luego, puedes considerarte en tu casa.
Por cierto, acabo de enterarme en tu blog de la publicación de una de tus obras. Mis más sinceras felicitaciones por ello. Que haya suerte.

Un saludo.



Anónimo dijo...

Sobrecogedor...

Tenía muchísimas ganas de leerte, menos mal que por fin has encontrado un rato para subir algo.

¿Y el foro? Lo tienes abandonado.

Una sonrisa, artista. Cada día lo haces mejor.



Terminus dijo...

Hola, Marea.
Es cierto, ando escaso de tiempo, y no sabes cuanto siento que sea así.
Quisiera subir un par de relatos, al menos uno, por semana, pero, por diferentes motivos, me resulta prácticamente imposible hacerlo en estos momentos. Del foro ni te cuento... Cuando puedo entro y leo algo por allí, pero no puedo dedicarle la atención que requiere. Me temo que sea así hasta las vacaciones de diciembre.

En cualquier caso, gracias por seguir por ahí, y por todo lo demás.

Un abrazo.



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