Estación Terminus: El coto

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«No quiero barca, corazón barquero,
quiero ir andando por la mar al puerto.»
Rafael Alberti




Todavía se podían oír los ladridos de los perros.
El corzo intentaba regular su respiración, ya a salvo, y observaba a la futura madre de sus crías con aprensión; ella aún temblaba. Habían corrido demasiado peligro esta vez.
Las voces humanas se mezclaban con las caninas, felices ambas por las presas capturadas, mientras se alejaban.
Regresarían, con su ruido y su ferocidad y su muerte instantánea, como siempre había sido.
No podían quedarse allí, esperando su vuelta. Desde que nació, sólo recordaba una huída tras otra, esquivando el peligro y en constante estado de inquietud por la certeza de la amenaza.


Una vez soñó con un bosque sin cazadores, con multitud de ríos trasparentes, enormes árboles milenarios y kilómetros de hierba verde y fresca; si ese lugar existía merecía la pena arriesgarse por encontrarlo.
La decisión no fue sencilla —abandonar todo lo conocido y querido para ir en busca de una esperanza vaga no puede serlo— sin embargo, una vez tomada, fue firme, y nadie logró convencerles de lo contrario.


Salieron con el alba, hacia el Norte, conteniendo las lágrimas y obligándose a no dar media vuelta.
Pasadas unas horas —casi en silencio— comenzaron a cruzar paisajes desconocidos y bellos, llenos de animales que les observaban con curiosidad; algunos les saludaban sonrientes, otros les daban ánimos —al parecer la noticia de su aventura se les había adelantado— y otros les hacían gestos de desprecio, cuando no de burla.
Continuaron su camino durante varios días, un tanto abrumados por la responsabilidad y la expectación creada, hasta llegar a lugares a los que ningún animal de su especie había ido jamás.
La nostalgia por lo dejado atrás comenzaba a ceder ante la ilusión por un horizonte cada vez más cercano.
Allí la hierba sería alta y el aire limpio. Los árboles estarían repletos de frutos que no se agotarían jamás, y no se oirían ladridos ni gritos de terror.
Se miraron sonriendo y con fuerzas renovadas aligeraron el paso hacia la zona más frondosa. Los pájaros y ardillas con los que se cruzaban les miraban extrañados y curiosos.



Un poco más allá de los robles que marcaban con una línea robusta la linde del bosque observaron una gran sombra gris.
Se acercaron intrigados y descubrieron una superficie lisa y alta, coronada por punzantes ramas de metal.
Excitados, con los ojos como lunas llenas y las sonrisas congeladas, los corzos recorrieron cientos de metros pegados a aquella frontera que parecía no tener fin.
Cansados y desalentados se detuvieron, bajando sus cabezas sin valor para mirarse en los ojos del otro. Estuvieron así largo tiempo. Hasta que, comprendiendo que no había salida ni escapatoria, ni bosque sin cazadores, ni ríos trasparentes, ni enormes árboles milenarios, ni kilómetros de hierba verde y fresca, decidieron tácitamente regresar.

Comenzaban a andar, cargados de desesperanza y tristeza, cuando, mezclado con los sonidos del viento que se filtraba entre las copas de los robles, les pareció percibir un eco de ladridos y voces humanas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, David: es precioso este cuento, ¿es cosecha propia o de otro? Aunque te parezca incongruente, en mi mente los ciervos de tu cuento son mis hijos, que se fueron a trabajar a otras lejanas provincias creyendo que serían felices y se adaptarían a su nuevo hábitat; pero se toparon con los nacionalismos y ven con dolor que son discriminados en favor de los nativos.Estoy seguro de que ellos quisieran volver, como los ciervos, pero se han echado tanto peso encima que la carga les inmoviliza y hace imposible su vuelta. Te felicito, amigo. Un abrazo. Juan Pan



Terminus dijo...

Hola, JuanPan:
Te agradezco tus, como siempre, gratas palabras.
Sí, el cuento es mío y estaba en mi cabeza antes de «el anillo de ébano» pero salió después.
No me parece raro que lo asocies con tus hijos puesto que de emigración y sueños es de lo que trata. Precisamente, no lo cuelgo en otros foros por no ser reiterativo ya que el tema es el mismo en ambos textos.

Gracias por tu visita.
Un abrazo.



Anónimo dijo...

Pues aunque el tema sea el mismo, el relato bien merece la pena colgarlo donde sea.

Qué arte tienes denunciando, qué elegancia.

Terminus o David, un abrazo inmenso de una admiradora más.



Terminus dijo...

Te diré que incluso dudé de ponerlo aquí. Después de escribirle tenía la sensación de haberme dejado algo en el tintero... Por suerte es vuestro juicio el que importa.
Gracias por los halagos, Inma, supongo que hay demasiadas cosas que denunciar...

Y un fuerte abrazo para tí también.



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