Estación Terminus: Si la lluvia quiere mi voz

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«...La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado...»

Jorge Luis Borges




Las gotas terminan su caída en el suelo, contra el asfalto brillante. Corren, trasformadas en pequeñas riadas, siguiendo el curso de los bordillos de las aceras hasta perderse por los pequeños agujeros de las alcantarillas. Después continúan su camino, pero escapan de mi vista.
En mi caminar por la ciudad puedo ver los cristales golpeados por el trasparente maná y los dibujos tristes que aparecen en su superficie. Las luces se deforman y se dividen en miles de reflejos multicolor. Las ruedas de los coches hacen un ruido característico al apartar el agua a su paso, y los conductores hacen sonar las bocinas, ansiosos por llegar a sus hogares. El calor acumulado en la tierra brota entre los adoquines en forma de neblina, perfumándolo todo con un aroma único y penetrante.



Recuerdo su cara bajo la tormenta.
Una noche de verano, como la de hoy, caminábamos entre la multitud que danzaba ebria al ritmo que marcaban los músicos.
Ella no era nadie para mí; apenas nos conocíamos. Las palabras eran forzadas, las miradas esquivas; camuflando entre el gentío y el bullicio nuestra vergüenza.
Dos adolescentes.
Quiso la Naturaleza darnos un empujón y por encima de los altavoces de la orquesta, un trueno ensordecedor apagó el griterío y las notas. Después un rayo, y la lluvia rabiosa, a traición, con furia tropical. Y todo el mundo corriendo e intentando cubrir sus cabezas con la poca ropa disponible; abandonando a los artistas que, desamparados en el escenario, observaban impotentes la estampida.
Nuestras manos se juntaron en la improvisada carrera y cuando me giré para decirle algo vi su rostro moreno recorrido por las gotas y enmarcado por los largos rizos negros de su melena; sonrió ante mi expresión y su sonrisa aún me impresionó más.
Si en mi última hora tengo que elegir una imagen que me acompañe, será la suya.
Nos paramos bajo el aguacero y, venciendo mi timidez y su asombro, la besé con infinita suavidad. Duró cientos de siglos ese momento, y sólo lo interrumpió el zarandeo de la gente que huía del chaparrón riendo a nuestro alrededor.
Después nos despedimos, empapados y casi mudos de emoción.

El verano acabó, como la lluvia, y nunca volvimos a vernos.
Ahora puedo comprender que huí. No quise que su belleza se marchitase ante mis ojos; preferí conservar por siempre el retrato virgen, insuperable, de su cara bajo la tormenta.



Esta noche no hay truenos, ni el agua cae con tanto ímpetu. Llueve con delicadeza y sin descanso. Calabobos.
Dejando atrás el murmullo de la ciudad me acerco al puerto.
Decenas de pequeños barcos se amparan de las olas tras los muros. Barcos pesqueros, de colores vivos y primarios acunados suavemente en sus amarres. Inmensas redes rojas y verdes recogidas en sus cubiertas y un fuerte olor a salitre, a mar salvaje.
Los gritos de alarma de las gaviotas acompañan mis pasos.
Me siento en el borde del dique, calado hasta los huesos y extrañamente vivo.
El agua sigue cayendo sobre mí, y bajo mis pies marca un tempo lento y constante al romperse contra el hormigón una y otra vez. Eternamente.



La lluvia me habla.
Me trae cientos de voces que perdí.
Hubo un tiempo en que era mi enemiga y la odiaba con todo mi alma. Cuando dañaba a los míos y yo no podía protegerlos de ella. Cuando no tenía piedad con las personas que yo más quería. La insultaba y la maldecía, o bien le rogaba que me atacase a mí; sólo a mí.
Han sido muchos los ataúdes perlados. Despedidas oscuras y nubladas. Tardes silenciosas de trajes negros y caras largas, de pésames y aroma a tierra húmeda; de gotas arrastrando lágrimas. Letras doradas sobre mármol gris.


Ahora las nubes negras no me amenazan.
La lluvia acerca voces a mi oído que conversan conmigo y, casi siempre, me hacen sonreír. Voces amadas, familiares, que se fueron con ella y con ella regresan siempre.
Se ha levantado un frío viento del Norte.
Sentado frente al brumoso horizonte en el puerto, el agua se estrella con violencia en mi cara.
La lluvia comienza a arreciar.



Cuando pienso en ella la imagino caminando de vuelta del trabajo.
Siempre vieja.
Con los cuellos del abrigo subidos hasta las orejas. La cara helada y pálida tras una bufanda de lana. Las manos en los bolsillos y la cabeza agachada, protegiéndose del viento. El andar cansino y lento a pesar de los esfuerzos, y los pasos solitarios de sus zapatitos de piel sobre las calles frías.

Nunca fui capaz de conseguirle un paraguas.

Cuando una noche de tormenta se fue para siempre, mi soledad abarcaba un mundo entero.
Fui corriendo hasta el espigón gritando lágrimas, y, de rodillas, con el viento ululando y arrojándome la mar a la cara, grité su nombre con todas mis fuerzas. Tres veces.
Y de pronto la oí.
Mezclada con las olas y el canto de las gaviotas, su voz clara y serena, calmante, me enseñó el truco.

Siempre que llueve, vengo al puerto y me siento en silencio frente al mar para escuchar las palabras que la brisa trae, envueltas en gotas de agua, dulces y saladas.



Voy hacia la playa, vacía de gente y llena de nostalgia.
No huele como el puerto, a trabajo y sal humilde. La playa huele a libertad, a juegos de niños, a pelota y flotador en verano y a trote de perro solitario en invierno; a sueños de botellas con mensaje y a besos de primera novia.
La lluvia sigue cayendo con fuerza, dibujando en la arena millones de pequeños círculos.
Me agacho para descalzarme y una pareja de jóvenes al cobijo de un paraguas me observa con curiosidad desde el paseo. Sonriendo, les saludo y ellos me devuelven la sonrisa antes de volver a abrazarse para esperar un escampado entre besos.

Con los pies desnudos me acerco a la orilla y dejo que el agua salada los cubra.
Camino, empapado, y un cosquilleo recorre mi espalda.
Levanto el rostro hacia el cielo y puedo oír los susurros de las gotas mientras caen sobre mí.
Algún día, no demasiado lejano, otros oídos escucharan palabras aquí, entre olas, salitre y arena. Las traerá la lluvia, mecida en viento húmedo, y serán las mías.

10 comentarios:

La Hija de Zeus dijo...

Me gusta la lluvia.. ahora me gusta más..
Muy bello tu escrito..



Terminus dijo...

Sí, a mí tambien me gusta la lluvia... y la mar. En esencia, eso es mi tierra: mar y lluvia.
Me alegro de que te guste.
Un saludo, Zeusinha ;)



JUAN PAN GARCÍA dijo...

Muy romántico ese beso bajo la lluvia; historias tiernas familiares que te acompañan siempre, y ese amor a tu tierra que mana de cada frase. te felicito, David, es un verdadero placer entrar en tu blog. El agua... sé que es vital, pero detesto la lluvia y sus paisajes grises; prefiero los contarstes luminosos de los días soleados.Y que tengo artrosis, joder, que todo hay que decirlo. Un abrazo.



Anónimo dijo...

Es increíble cómo la lluvia canta! Siempre con un tono distinto, dependiendo de la superficie que golpee...sabés, mientras leía, veía cada una de las situaciones y casi podía sentir ese frío, a pesar del calor de acá...
Voy a seguir leyendo, me encantó este blog.
Saludos !



Terminus dijo...

Gracias, Juan:
Pretendí jugar con la lluvia en diferentes paisajes y sensaciones, de un modo intimista y melancólico.
Me gusta el sol y el verano, pero necesito a veces una tarde lluviosa como bálsamo para ciertos dolores (aunque lo acaben pagando mis huesos).
Un abrazo.



Terminus dijo...

Hola, Tonks:
Eso que me dices es un gran halago para mí. Pretendí que las descripciones transmitieran exactamente lo que dices haber sentido, así que con tus palabras puedo sentirme muy satisfecho.
Me alegro de que te guste, puedes pasarte cuando quieras sin hacer reserva previa... ;)
Saludos.



Anónimo dijo...

... el juego del factor h2o, es fantastico.

Saludos

El Enigma
Nox atra cava circumvolat umbra



Terminus dijo...

Saludos para tí, Enigma.
Te agradezco la visita.
Nos leemos.



Anónimo dijo...

He estado husmeando por tu blog y, la verdad, es que me ha sorprendido gratamente. Me ha fascinado la historia de "Si la lluvia quiere mi voz". La escogí al azar, entre todos los títulos y saliste ganando, ¿sabes? Así que a partir de ahora leeré una cada día porque lo de leer historias bonitas es algo que requiere reposo. Prefiero no forzar, además.

Pero, de corazón, por lo que he leído hasta ahora, me pareces una personita entrañable, de esas que quisieras meter en una bolsita de canicas o en una bombonera, para no compartirla y que fuera sólo para ti...No sé.

Y me encanta que te encante la mar y la lluvia. Nos parecemos; en eso al menos sí.

Una sonrisa y gracias por...compartir tanto genio.



Terminus dijo...

Hola, Marea.
Esa historia es también especial para mí, menos ficticia que otras, por decirlo de algún modo, en el fondo. Y también diferente en la forma. Normalmente, no cuelgo ese tipo de escritos: me los guardo, quién sabe para qué. Pero me alegro mucho de que te guste.

No sé si soy entrañable (supongo que depende de las entrañas de cada cual). Personita, seguro, así, en pequeñito, en poca cosa. Y sobre meterme en una bombonera, humm... no suena mal, no, para qué negarlo, pero en ocasiones puedo ser un poco salado también, no creas...

Gracias a tí, Marea (bonito nombre), por tus palabras y tu tiempo. Siéntete en tu casa, por favor

Un abrazo.



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