Negro sobre blanco
«The only thing we have to fear is fear itself»
Franklin D. Roosevelt
Franklin D. Roosevelt

Están por todas partes.
Comenzaron a aparecer apenas me quedé sola en la cabina del ascensor. Las puertas se habían cerrado tras de mí y yo trataba de encontrar los botones, palpando la pared tapizada de blanco. La luz de los tubos fluorescentes blanqueaba aún más el habitáculo, y el contraste con la iluminación del pasillo obligaba a fruncir el ceño y entrecerrar los ojos, desviando la mirada hacia el gris calmante del suelo.
Así descubrí a la primera.
Sus repulsivas antenas inspeccionaban el terreno como bastones de ciego. Asomó su cabeza por la estrecha abertura entre la puerta y el suelo, y después, apoyado en seis peludas patas, su cuerpo aplanado y brillante.
Mi irracional aversión hacia los insectos es innata. Me aterroriza la presencia de cualquiera de esos oscuros bichos; su sola visión me estremece y me paraliza hasta ahogarme. La simple idea de aplastar sus horribles cuerpos rebosantes de inmundicias, de escuchar bajo mi pie el estremecedor crujido de sus caparazones, provoca bruscos movimientos en mi estómago que ascienden hasta la garganta y difícilmente puedo contener.
Aquella despreciable pionera debió juzgar despejado el camino y decidió emprender su acelerada marcha, precisamente, hacia mi pie izquierdo. Pronto, otras cabezas idénticas hicieron aparición siguiendo su ejemplo, desplegándose en todas direcciones. En cuestión de segundos, el suelo se convirtió es un inmundo y vibrante mosaico.
Reaccionando con terror, retrocedí hasta pegar mi espalda a la pared sin perder de vista el implacable avance del ejército negro.
Las primeras unidades tomaron contacto con los dedos de mis pies, a los que las ligeras sandalias no ofrecían ninguna protección. Algunas comenzaron a escalar tras dudar unos instantes. Subían por mis tobillos camino de mis piernas cubiertas por una falda completamente inútil.
Sacudí mis pies desesperadamente intentando hacer caer a las invasoras, pero otras ocupaban de forma inmediata el lugar de sus compañeras haciendo vanos mis esfuerzos. Al posar de nuevo la planta de las sandalias en el suelo, sentía el contacto húmedo y crujiente de sus cuerpos reventando bajo mi peso. Hacía grandes esfuerzos por contener las constantes arcadas. El aire entraba con dificultad a mis pulmones en entrecortadas inspiraciones y yo apretaba las mandíbulas haciendo rechinar mis dientes.
Fuera de mí, barrí a base de desesperadas patadas los cuerpos de mis enemigas. Grité, aterrorizada, mientras duró mi ineficaz ofensiva; después, jadeante y agotada, comprobé el efímero éxito del ataque. El pequeño círculo que había logrado abrir se estrechaba de nuevo a mi alrededor. Las vacilantes antenas rozaban mi piel provocándome una incontrolable sensación de terror.
Continué mis pobres intentos por detener aquella marea entre desesperados gritos de auxilio.
En un par de ocasiones, me vi obligada a golpear con el dorso de la mano a alguna intrépida escaladora. Una de ellas ascendió por la espinilla de mi pierna derecha y se escurrió hacia el gemelo. Me agaché y la derribé con un rápido movimiento, casi involuntario, de mis dedos. Entonces algo cayó sobre mi espalda. Se metió por debajo de la tela y comenzó a recorrer mi columna vertebral.
Un escalofrío me paralizó durante un instante, hasta que, perdiendo el poco control que me quedaba, me levanté la camisa y logré con movimientos histéricos que la nueva atacante cayera.
No me tranquilizó levantar la vista por encima de mi cabeza. Cientos de aquellos seres repugnantes plagaban también el techo, oscureciendo la luz, y comenzaban a caer, faltos de superficie en donde sujetarse.
No había escapatoria posible.
La oleada asfixiante alcanzaba ya mis muslos y continuaba su ascensión, implacable. Sobre mi cabeza caían como gotas algunos de aquellos torturadores y enredaban sus patas entre mis cabellos.
Mi corazón daba ruidosos saltos en el pecho.
—¡Socorro! ¡Ayúdenme, por favor...! Por favor...
Invadida por el pánico, cubrí mi cara con las manos en un último e intuitivo gesto de protección, mientras me acuclillaba lentamente, deslizando la espalda por la pared.
—Por favor... Por favor...
Los gritos se convirtieron en sollozos mecánicos.
Me pareció oír que la puerta se abría pero no tuve valor para comprobarlo. Aquellos bichos continuaban explorando mi cuerpo a sus anchas y yo estaba acurrucada contra el tapizado y temblando convulsivamente. El pánico agarrotaba todo mi cuerpo. Tenía el rostro escondido entre las manos y apretaba éstas contra mis rodillas.
Noté una picadura en mi brazo derecho y, poco después, pude escuchar una voz cercana y amable:
—Tranquilícese, ya ha pasado todo...
Aún sacudí mi pelo un par de veces instintivamente, antes de abrir los ojos con prudencia y observar, entre mis dedos, a un joven sonriente que me acariciaba el hombro, arrodillado frente a mí.
De pronto, me sentí exhausta y somnolienta.
Los insectos habían desaparecido.
—¿Se encuentra mejor?
El hombre no dejaba de observarme ni de sonreír. Quise responder pero sólo acerté a asentir ligeramente con la cabeza.
—Bien. Ahora intente descansar. Ha sufrido una crisis nerviosa, eso es todo.
Una chica apareció en el umbral: «la novia del joven», imaginé. Y supuse también que me llevarían a mi casa.
Sin embargo, él se puso en pie y se dirigió hacia la recién llegada, abandonándome en el suelo del ascensor en donde me había encontrado.
—Creo que no será necesario nada más. Dejemos que repose hasta mañana.
Y, diciendo esto, ambos desaparecieron de mi vista cerrando la puerta blanca tras de sí. No pude hacer objeción alguna. El repentino agotamiento paralizaba mis músculos y la voz se negaba a salir de mi garganta.
Apenas habían dejado de oírse las voces de la extraña pareja cuando, de nuevo, asomaron dos nerviosas antenas negras por la rendija. Y luego otras, acompañándolas, multiplicándose ante mis ojos; y sus terribles cabezas, y sus detestables cuerpos, y sus patas infectas... avanzando hacia mí.
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10 comentarios:
Absolutamente apropiada la cita del principio. Tu historia se podría contar de muchas maneras, y ninguna sería tan estremecedora como tú consigues hacerla. Me temo que no voy a conseguir ponerte un pero, claro que por algo me hice fan tuya...
Eres un genio de los relatos.
Encantada de leerte, Terminus.
las detesto.. es horrible...
Hola Inma:
Los miedos imaginarios son a veces peores que los reales, y se sienten por igual. Todos tenemos algo de locos.
No sabes cuanto te agradezco tus opiniones (aunque a veces crea que me vienen grandes).
Un abrazo.
Hola Zeucita:
A mi también me parecen repugnantes, por eso elegí que fueran insectos (aunque no los nombré nunca); se trataba de recrear una situación angustiosa que pudiera ser real.
No me queda claro... ¿qué te parece horrible? ¿La situación, la foto, los bichos... o el relato? ;)
Un saludo.
Leí tu terrorífico relato y me preparé para escribir un comentario. En ese momento llamaron desde abajo: el cartero. bajé y recogí el correo. Ahora me siento y te digo que algo de tu relato se graba en el subconsciente: sin darme cuenta he estado mirando las rendijas de la puesta del ascensor tanto al bajar como al subir luego. Cuando lo pienso, me río. Pero...
¡Muy bueno! Un abrazo. juanpan.
Estoy convencida que lo que le parece horrible a la hija de Zeus, son las cucarachas. Yo víví una situación real con esas okupas en una casa alquilada, hace unos años. Entraban por las ventanas, por las puertas, por la bañera, por los lavabos...eran rojas y volaban, en mi vida me he vuelto a encontrar por suerte con una situación similar, pero aprendí a superar el asco y asesinarlas. Sólo espero que en mi mente jamás entren okupas. Estoy segura, convencida, que es infinitamente peor.
Besos, que me apeteció seguir conversando...
Hola, Juan:
Siento haberte creado una aprensión... ;)
Gracias por dejar tu comentario. Espero pasarme por el foro con más frecuencia un poco más adelante, ahora mismo ando liado y apenas paso a leer algo de vez en cuando.
Seguimos leyéndonos.
Un abrazo.
Hola Inma:
Disculpa el retraso... he tenido problemas con la red.
Yo también creo lo mismo. Ciertamente son repugnantes.
Pero todo el mundo tiene algún miedo parásito y oculto que lucha por superar, o ante el que se rinde. Sin duda, infinitamente peor.
Besos.
¿Porque la gente cree que fue Terminus quien la escribió? Asi suele suceder en las demás escrituras... Por Dios dense cuenta del autor!
Hola, Maru, bienvenida.
Este texto está escrito por mí. Me temo que la equivocada eres tú.
Verás, en el blog hay relatos clásicos, que cualquier aficionado a la lectura conoce más o menos, y están perfectamente identificados, primero, en el enlace de la página inicial, segundo, en el título del post (siempre AUTOR + TITULO ORIGINAL, excepto mis textos, en los que sólo aparece el título), y tercero, todos los relatos´que no son de mi propiedad llevan en la cabecera una fotografía del autor.
Por otra parte, los enlaces de la columna derecha dejan lugar a pocas dudas: los títulos que aparecen bajo el rótulo "COSECHA PROPIA" son, evidentemente, originales propios.
Debajo, aparecen los nombres de diferentes autores sobre los títulos de sus relatos. Por lo tanto, no veo de qué forma puede alguien confundirse, a no ser por un despiste mayúsculo. Y, francamente, no puedo entender muy bien a qué te refieres con eso de que "suele suceder en las demás escrituras". Hasta ahora, sólo recuerdo a una persona que haya pensado tal cosa, y rectificó de inmediato al caer en la cuenta.
En fin, espero que no te moleste el comentario, sencillamente me sorprendió mucho lo que decías.
Un saludo.
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